"No quiero aburrir al público"
Todo es cuestión de tamaño. Hace seis años, cuando se estrenó la primera Piratas del Caribe, Johnny Depp daba una entrevista a Clarín sentado a un metro de su interlocutor, del otro lado de una mesa, sin micrófonos de por medio ni demasiadas vueltas. El tipo entraba con su look hippie chic, armaba un cigarrito con las manos y hablaba con su voz carrasposa de lo que fuera.
Tres años después. Misma ciudad, misma película -en realidad, la secuela-, diferente situación. La charla ya era en un salón más grande, lo que implicaba que el ahora famoso Jack Sparrow hablaba desde un micrófono a unas quince personas que lo escuchaban y lo miraban con otros ojos.
Tres años después. En uno de los salones de fiestas del Hotel Four Seasons de Los Angeles, Depp no aparece. Se rumorea que no viene y que en cualquier momento nos comunican a los periodistas que canceló sus entrevistas. El tiempo pasa hasta que un publicista del estudio toma un micrófono y habla a las 25 personas reunidas allí. "El señor Depp -dice- no va a hablar de temas personales. Les pedimos que no le hagan preguntas al respecto". Murmullos de desaprobación seguido de un largo silencio ("al menos viene", comenta uno). Otros diez minutos. Aparece un hombre, otro más (¿guardaespaldas?) y atrás llega Depp, convertido en un Semidiós hollywoodense, como si su cuerpo emitiera coloridas partículas de divinidad.
¿Esto es lo que pasa cuando alguien se hace demasiado famoso?
La respuesta es sí y no. Todo lo que lo rodea ha cambiado. El tipo no se va luego de las notas caminando solo -como sí lo hará Christian Bale-, su entorno es ahora un ejército (mientras habla hay seis personas paradas atrás de los periodistas) y al final de la nota nos harán salir por una puerta distinta a la suya, aunque eso nos obligue a caminar dos cuadras para volver al hotel.
Pero durante la media hora en la que el actor de 46 años estuvo sentado hablando, nada parecía haber cambiado demasiado desde aquel primer encuentro. La misma voz profunda y susurrada, la misma calma y sinceridad para hablar, la misma media sonrisa y el mismo look (prolijamente despeinado, un chaleco negro sin mangas sobre una camisa blanca, un pañuelo tipo bandana saliéndole del bolsillo) y la prueba, finalmente, de que ante la primera pregunta más o menos personal -que no tardó en aparecer, pese a las advertencias- el tipo no tendrá problemas en responderla.
Pese a la fama de Bale y la "chapa" de Mann, el éxito o el fracaso de Enemigos públicos -un filme sobre la vida del ladrón de bancos John Dillinger- reside sobre las espaldas de Depp. Una película con gángsters y agentes del FBI, policías y ladrones, de persecuciones en autos Buick y Ford A de 1931 y enfrentamientos con rifles Winchester y pistolas Colt es una apuesta de riesgo en una temporada de filmes de acción, comedias y animación para adolescentes. Por suerte, la película tuvo un muy buen arranque comercial en los Estados Unidos y críticas que la ubican como uno de los mejores títulos en lo que va del año.
Pero Depp no tomó este trabajo por dinero ni por su posible (o no) repercusión comercial. Tras los millones que ganó por Piratas... puede darse el lujo de hacer las películas que quiera y por los motivos que sean. Y esta historia tiene su costado personal para él.
"Por alguna razón, desde chico tengo una fascinación por John Dillinger -dice-. A los diez años, para la misma época que empecé a interesarme en Charlie Chaplin y Buster Keaton, Dillinger tenía algo que me atraía y quería saber todo sobre él. Cuando hice mi investigación para la película, con la información que hay disponible hoy, logré saber mucho más".
¿Qué fue lo que más le sirvió de lo que descubrió a la hora de interpretarlo?
Escuchar la voz de su padre y saber que se había criado en Mooresville, Kentucky, que es del otro lado del río Ohio de donde yo crecí, en Owensboro. En ese momento hice un click y fue como escuchar hablar a mi abuelo, que también por esos años era un tipo de tomar los asuntos por sus propias manos, no tan diferente de Dillinger. El también estuvo haciendo "sus cosas" en Kentucky y Virginia. Ahí pude cerrar todo.
¿Cómo fue filmar en las locaciones reales en las que estuvo Dillinger?
Fue genial escaparse por la misma puerta de la cárcel de Crown Point de la que él se escapó, tener esos tiroteos con esas armas, filmar en Little Bohemia, Wisconsin, en el mismo lugar en el que fue ese enfrentamiento con el FBI. Y la única razón por la que se hizo así es porque Mann es un obsesivo por los detalles y la verdad, y luchó para asegurarse de no filmar nada en un estudio, donde todo podría haber sido más lavado. Fue una experiencia increíble.
A Dillinger le gustaba el whisky, pero a usted se lo conoce como un fanático del vino. ¿Hace su propio vino en Francia?
No. En Francia tenés que tener un permiso especial para hacer tu propio vino. Pero compramos, compramos mucho (sonríe). Hay tantos buenos vinos en Francia... Me encanta el Bordeaux y el Borgoña también, claro.
Usted dijo que se inspiró en estrellas de rock para hacer otros personajes. Dillinger era, a su manera, una estrella. ¿A qué rockero se parecería?
Es cierto que, de una extraña manera, era como una estrella de rock. Habiendo salido de la cárcel, podría haber sido punk, ¿no? Tal vez alguien como Joe Strummer (el fallecido líder de The Clash).
En la película se ve la fascinación que Dillinger tenía con la prensa. En eso son diferentes. Se sabe que a usted no le interesa demasiado el tema. ¿Podría hablar un poco de esa diferencia?
En realidad no es tan distinto, sólo en el sentido de que a mí, mucho tiempo atrás -¡Dios, más de veinte años atrás!- alguien me dio una pelota y me dijo Ok, pibe, ésta es tu oportunidad, corré y llegá lo más lejos que puedas hasta que alguien te diga basta, pará. Y eso hice. Y me di cuenta de que parte del proceso es que, si tenés suerte, generás cierta atención y perdés tu anonimato, lo cual puede ser molesto a veces. Pero no es un mal laburo. El caso de Dillinger es diferente.
¿En qué sentido?
El salió después de diez años de estar en prisión por haber cometido un error juvenil estúpido y recibir un castigo excesivo. Y se convirtió en una especie de antihéroe existencial. Era un tipo que no quería volver a la cárcel, que iba a ir siempre para adelante, descuidadamente, pero sin intención de herir a nadie. Un tipo que iba a correr la carrera hasta que alguien le dijera basta, pará. Dillinger sabía que el reloj corría y el tiempo se le acababa. Así que sí, se divertía con la prensa, era querible, representaba a la gente común que peleaba contra el establishment, perseguido por el Gobierno. El tipo robaba bancos. De alguna manera, representaba los deseos de la gente común en esa época de la Gran Depresión. Pero no era una mala persona.
Si tuviera que caracterizar a Dillinger, ¿diría que era un héroe popular o un criminal? La película lo glorifica un poco...
Antes debería preguntar cómo caracterizaría a J. Edgar Hoover, el jefe del FBI. ¿No cree que mandó a matar gente, que era un criminal? Si me dan a elegir entre pasar un tiempo con Dillinger o con Hoover, prefiero a Dillinger. No me atrevería a darle la espalda a Hoover... Fue una de las personas más peligrosas de los Estados Unidos durante muchos años. ¿Cuál era más peligroso? A Dillinger le tiraron de chico un huevo podrido e hizo lo mejor que pudo para corregir ese error.
¿Usted se relaciona con ese tipo de vida al límite que él llevaba?
No creo haber vivido tan al límite. Pero entiendo lo que pasa por su cabeza en esos momentos.
Cambia mucho para cada personaje. ¿Lo hace para no aburrirse o repetirse?
Mi responsabilidad es encontrar el personaje e interpretarlo lo mejor posible. Siempre trato de hacer algo diferente. No quiero aburrir al público haciendo siempre lo mismo.
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